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Cómo elegir el vino en el restaurante

Cómo elegir el vino en el restaurante

La elección dependerá de los platos, de los compañeros de mesa, del entorno, del motivo de la comida y de quién será el que pague

Antonio Remesal

Miércoles, 21 de marzo 2018, 11:38

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Me dicen que elija yo el vino, ¡vaya trance! ¿Me decanto por el vino de la casa, por ese que seuna tanto, soy original o arriesgo por uno que no conozco? Elegir el vino que acompañará a una comida de una carta con decenas de referencias es un dilema; más cuando la mesa es amplia con gustos y conocimientos heterogéneos: ¿debo atender a mis gustos u optar por un vino conocido que satisfaga a todos aunque a nadie sorprenda?, ¿buscar un vino que me gusta, económico, aunque me tachen de roñoso o inclinarme por uno más caro aunque sea peor y del que sé que pago más el nombre que el contenido? Para orientarles en la elección me limitaré a decirles lo que yo hago en las normales situaciones en las que la responsabilidad y el privilegio de elegir el vino recaen sobre mí.

Antes de elegir lo primero que hay que hacer es sondear si alguien tiene una predilección concreta, en cuyo caso hay que buscar la manera de atenderla: optando por ese vino o, si el gusto es muy particular, pedir una botella para la mesa. A partir de ahí toca estudiar la carta de vinos que, por muy amplia que sea, se reduce con solo desechar aquellos que por precio no proceden para la ocasión. La elección que se haga dependerá de los platos, del entorno y motivo de la comida y de quien vaya a pagar.

La situación que se me presenta más a menudo es la comida con amigos o familiares no profesionales. En este caso pregunto cuánto se quieren gastar por el vino y elijo con ese tope lo mejor que conozco, mi reto consiste en rebuscar en la carta ese gran vino que por no ser conocido su precio es aún accesible. Si en la mesa hay personas con las que no he tenido mucho trato salgo del apuro con un vino correcto a precio moderado. No todo el mundo está dispuesto a pagar más por el ‘bebercio’ que por el ‘comercio’ y no tienen los demás, en el caso normal de pago a escote, asumir mi capricho por probar un determinado vino. Mayormente opto por vinos que no superan los 20 euros, precio de carta (6-12 € en bodega). Por 15 o 16 euros se accede a vinos que están muy bien y que, bebiendo con moderación, no suponen más de 4 y 6 euros por comensal en el total de la cuenta. Cifra bastante razonable en cuanto al bolsillo se refiere y también al consumo de alcohol per capita.

Una situación también frecuente es la comida de compromiso en la que se trata de quedar bien. Aquí es necesario dejar los gustos personales al margen y adecuarse a los del convidado: si el agasajado es entendido en vinos podremos lucirnos con algo especial ya contrastado, si es profano en la materia mejor optar con algún clásico o vino de moda. Ya saben que el sentido del «oído» suele funcionar mejor que el del gusto, por lo que el coste extra por no elegir la mejor relación calidad/precio los asumo como gasto de representación.

Otro escenario para mí habitual es la comida con colegas de profesión. Es la situación óptima para arriesgar y conocer nuevos vinos. Si somos varios cada uno elige según sus inquietudes. Siempre te acabas saliendo del presupuesto, con resultado en cuanto a calidad impredecible.

Vino local o foráneo

Cuando viajo procuro elegir vinos de allá donde voy: me permite conocer los vinos locales, maridan mejor con los productos regionales y los precios suelen ser más accesibles. De los vinos locales los restaurantes suelen tener una oferta amplia, limitando en su carta a las marcas más conocidas los vinos foráneos, por los que se paga más que en su área de origen. Si en el destino no se produce vino siempre encontramos de fuera, de distinta procedencia, más blancos que tintos o rosados de las variedades más internacionales: Chardonnay, Cabernet, Shiraz, etc . Cuando salgo de Rioja raramente hago patria pidiendo vino de aquí. En lo que se refiere a la calidad de los vinos que se ofrecen en los restaurantes en el extranjero esta es muy variable, igual que su precio, que suele ser bastante más alto de lo que se paga normalmente en España. Y es que en España estamos mal acostumbrados. Aquí, a poco que conozcamos, siempre se encuentra en la carta algún vino muy digno a un precio al menos razonable.

En ningún sitio del mundo se pueden encontrar un producto con mejor relación calidad precio que en España. Pretender beber un vino bueno y barato en un restaurante en Francia, Italia, Alemania, EEUU, por citar países famosos productores, es misión imposible. Peor aún está la cosa si no se produce vino (Inglaterra, Noruega, Japón, Rusia, Singapur…) donde si el vino es bueno hay que pagarlo. Es por eso que si el presupuesto es ajustado o no se conoce algún vino de la carta que nos cuadre en precio, la opción de la cerveza o simplemente agua no debe desdeñarse. Otra posibilidad que existe en el extranjero que apenas se ha extendido en España es la de pedir el vino en copas: se puede acceder a vinos que una botella resultaría prohibitiva y probar cosas nuevas sin arriesgar demasiado.

Si lo que quiere es gastar poco y no conocemos lo tenemos difícil: los vinos más baratos suelen ser mediocres. Otra posibilidad es elegir el ‘vino de la casa’, que suele ser el más económico de la carta. Lamentablemente suele ser ‘vino de mesa’ o en el mejor de los casos de lo más corriente de la denominación local. Es una excepción la de aquellos restauradores que, entendiendo el concepto de ‘vino de la casa’, seleccionan un producto digno a precio ajustado. En definitiva, si quieren asegurar una mínima calidad y no sabe mucho de vinos no le queda más que ‘rascarse’ el bolsillo.

En cualquier caso, ante la duda a la hora de pedir el vino siempre queda dejarse asesorar por el camarero de sala o por el sumiller. Las recomendaciones de estos profesionales suelen ser cabales, aunque a veces traten de derivarte a un vino de precio más alto de lo que estarías dispuesto a pagar. Es por eso que antes de tomar una decisión, pida que le indiquen el precio de la botella, no sea que con la cuenta venga la sorpresa. Información, la del precio, que se debería dar siempre y no se suele dar, lo mismo que tampoco dan los camareros la de los platos que están fuera de la carta.

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