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Domingo, 4 de febrero 2018, 18:12
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Tendrán que creer al cronista -que por cierto varias horas después de probar seguía salivando la agradable salinidad de fondo-, pero efectivamente el vino submarino ofrece diferencias significativas en la cata. En primer lugar, un color un pelín más abierto, aromas más complejos con notas minerales y, sobre todo, en boca es más amable, con un tanino más suave y recuerdos salinos y minerales propios. La cata continuó con otros tres vinos que el este pasado jueves recogieron los buzos en Plencia tras cuatro meses de reposo, en una inmersión ¡a cero grados! Es la rutina habitual para controlar su evolución: una sensacional garnacha aragonesa y dos vinos de tinta fina, uno sin madera y otro con ella, aunque este último no estaba aún 'atesorado' como era de esperar: «Cada botella va lacrada buscando la estanqueidad porque el corcho no aguantaría, pero hay algunas botellas que permeabilizan menos y el vino evoluciona más despacio», aclara Antonio Palacios. «Por suerte, pasa pocas veces».
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