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Viernes, 24 de febrero 2023, 09:59
Siete años. Fueron los que tardó Miguel Merino en encontrar su sitio. Periodista de formación, recaló demasiado joven en la bodega familiar que su padre había fundado en Briones en 1994. Lo intentó también como guionista de cine y TV, pero, poco a poco, la viña y el vino fueron atrapando al joven viticultor. Tras estudiar el máster de Viticultura y Enología de la UR, y después de un paso por varios bodegas, incluso una vendimia en Chile, regresó a su casa en 2017: «Para mí fueron claves los cuatro años que estuve en Gómez Cruzado con David González». «Fue allí donde encontré el sentido, a mi propia vida y al vino».
El reencuentro profesional con su padre duró casi cinco años, hasta el fallecimiento de Miguel senior, pero para entonces Miguel junior ya había reencontrado también el sentido a los viñedos y a los vinos de la bodega, con una renovación de la gama y con la reafirmación del compromiso con el terruño y el paisaje de Briones: «Mi padre era muy intuitivo y en su momento apostó por vinos clásicos, en contra quizás de la corriente emergente de aquellos años 90, pero desde el primer momento con la idea de hacer una bodega y vinos de viñedos de Briones».
Fue la introducción con que Miguel Merino se presentó ante los aficionados del club de lomejordelvinoderioja.com, en la que fue la primera cata de la temporada 2023. De las 30.000 botellas con que empezó su padre, la bodega de Briones elabora hoy unas 50.000 que vende por cupos y prácticamente en un 98% en los mercados internacionales, con el viñedo viejo como protagonista en la mayoría de sus elaboraciones y con un concepto borgoñón en sus parcelarios y con otro más bordelés para los vinos clásicos.
El viticultor comenzó con un blanco, Miguel Merino 2021, en pruebas varios años hasta dar con la tecla: «Era un reto hacer nuestro primer blanco y más cuando Rioja está viviendo una auténtica revolución con magníficos vinos de variedades tradicionales y minoritarias locales». Este primer vino de la cata muestra ya claramente el perfil, las ideas con las que Miguel Merino junior regresó a la bodega familiar: tensión y acidez, con un trabajo sin abuso con las lías para que la frescura esté por encima de la estructura, como sucede también con sus tintos. Es un vino de viejas garnachas blancas de las cabezadas de la parcela La Loma y dos viejos viñedos de viura comprados hace unos años: fantástico, con una nariz en que se impone la garnacha, y una boca cítrica y larga con predominio de la viura.
Miguel Merino Viñas Jóvenes 2020 fue el primero de los cinco tintos. Un vino con el que el viticultor tiene especial cuidado y que trabaja con la máxima responsalidad porque «es el que nos ha abierto muchas puertas a clientes»: «Son 15.000 botellas, de los viñedos más jóvenes que plantamos, hoy con entre 20 y 25 años». «Inicialmente –explicó– las uvas las vendíamos a granel a la espera de que alcanzasen una edad para formar parte de los reservas, pero enseguida nos dimos cuenta de que podíamos hacer un buen vino, con frescura y de más rotación».
Miguel Merino Blanco 2021: 38 euros
Miguel Merino Viñas Jóvenes 2020: 18,5 euros
La Pasada 2020: Todavía no está en el mercado. Saldrá en posteriores añadas
Mazuelo de la Quinta Cruz 2020: 38 euros
La Loma 2020: 55 euros
Vitola 2018: 25 euros
La Pasada 2020 fue el primero de los parcelarios de la noche.Un vino aún en pruebas, de un viejo viñedo (104 años) que Miguel Merino compró esa misma añada y que saldrá al mercado en cosechas posteriores:«La viña llevaba sin labrarse 20 años y se mantenía con herbicida.., aún no me convence del todo; de hecho tampoco acerte con la crianza esta primera vez y tiene unos taninos, para mi gusto, demasiado potentes...». Pues 'benditos' errores, piensa el cronista, porque el vino (tempranillo 80% y calagraño 20%), aunque seguro que mejorará en botella y posteriores cosechas, es fantástico.
Mazuelo de la Quinta Cruz 2020 es uno de los grandes y escasos varietales de Rioja con esta uva minoritaria. La clave del vino está en los suelos, un cascajo muy pobre que, con un buen trabajo de viticultura, apenas produce 3.500 kilos por hectárea, lo que es clave para la mazuela:«Lo que hicimos es intentar entender el viñedo, olvidarnos de esperar a una maduración de grado que nunca llega y vendimiarlo antes, con menos de 13, pero cuando la pepita ya está, y hacer una crianza mucho más tenue, en barricas viejas y en hormigón». El resultado es espectacular:fino, floral, superfresco y una gozada que difícilmente un catador a ciegas situaría en Rioja.
La Loma 2020 fue, para el que escribe, el vino de la noche. Es un viejo viñedo (1946) que conjunta los suelos calcáreos con los arcillosos. Fino, incluso ligero a primera vista pero con una boca explosiva e intensa:un vino que cuadra a la perfección con la idea del viticultor y que hace 20 años, en los momentos de la opulencia, hubiera sido penalizado por la elegancia de 'serie', de viña, de sus taninos. Miguel Merino quiso cerrar la cata con uno de los clásicos, Vitola 2018, un reserva hecho también a su imagen y semejanza, con más roble francés (70%) y sólo un 25% nuevo y con selección de uvas de varios viejos viñedos:«Mi padre hacía reservas y grandes reservas, y Vitola estaba ahí. Pensé que había que seguir apostando por estas elaboraciones clásicas, pero en las que la uva estuviera al menos tan presente como la madera». «De hecho –concluyó–, soy uno de los pocos pequeños y nuevos elaboradores que hace este tipo de vinos y, la verdad, es que me siento muy cómodo». Bonita reflexión para cerrar la cata: ¿Burdeos vs Borgoña? En Rioja se puede hacer de todo.
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