

Secciones
A mucha gente la pandemia le obligó a reinventarse. No es el caso de Pedro Peciña, bodeguero de El Vino Pródigo (San Vicente) que, pese a ver su canal de venta, la hostelería, cerrado a cal y canto, siguió tirando de clientes, amigos y redes sociales para vender. Eso sí, acostumbrado a dar un par de vueltas al año a España con su 'Prodigoneta' para distribuir sus vinos, la crisis del covid le dejó más tiempo para estar en casa: «Mi vida es el vino y, mientras algunos invierten en acciones, en Bolsa, yo siempre había tenido curiosidad por el mercado de los vinos viejos, así que comencé a investigar por internet».
Hoy Pedro Peciña guarda unas cuatro mil antiguas botellas, la gran mayoría de Rioja, desde la década de 1920 y con prácticamente todas las añadas a partir de 1950: «Tengo tres tipos de clientes: restaurantes que me encargan que busque determinada referencia y/o añadas; particulares, que ya me conocen y piden una botella para un aniversario o una jubilación; y luego está internet, que además me pone en contacto con clientes de Noruega, Finlandia, Alemania, Suiza..., países que conocen bien Rioja y que tienen mucho interés en este tipo de vinos viejos».
En poco tiempo y siempre que las restricciones lo permitieron, la 'Prodigoneta' volvió a la carretera: «Uno de mis primeros viajes fue a Barcelona. Dos hermanos, cuyo padre había fallecido y dejaba un restaurante, querían vender diez botellas de 1953 de la Romanée Conti [el mítico grand cru de Borgoña que produce apenas 6.000 botellas al año]. «Claro –continúa Peciña–, eso no lo puedes comprar si no compruebas el estado de las botellas, así que me fui para Barcelona».
Lo que allí se encontró el bodeguero, aparte de un «auténtico tesoro embotellado», fue una discusión acalorada entre hermanos, puesto que uno quería vender las botellas y el otro, no: «Les dije que se aclararan, que yo estaba dispuesto a comprar pero si realmente querían vender». El vino no estaba perfecto. Algunos corchos habían rezumado, incluso en varias botellas había que escudriñar con mucho cuidado para encontrar la marca o la añada: «Era un lote y no tuve dudas de que había que comprarlo, aunque con estas cosas siempre tomas riesgos, pero el lugar donde estaban guardados las botellas era ideal de temperatura y luz».
Peciña tenía claro que debía buscar un único comprador para las botellas de la Romanée Conti y así lo hizo: «Es el lote más importante que he vendido». En cualquier caso, su especialización se centra en Rioja: «Tengo alguna botella de Haut-Brion, de Borgoña, de Chateaneuf-du-Pape, varias de Vega Sicilia Único de los años 50..., pero la gran mayoría es Rioja, que es lo que conozco, y la verdad es que hay vinos espectaculares, botellas incluso muy antiguas y décadas muy buenas que rara vez fallan». «Sin embargo –continúa–, a partir del 2000, la valoración de Rioja cae notablemente, en parte porque los vinos son mucho más jóvenes, pero también porque hay más dudas sobre su envejecimiento».
Pero no solo Rioja puede encontrarse en la colección del bodeguero: «Quizás la mayor rareza es una botella, en muy buen estado, de un Cariñeña de 1917, cuando no existía ni denominación de origen», detalla. Entre el mundillo del coleccionista de vinos hay por supuesto frikies –«hay un mercado potente de hostelería, de compra y de venta»–, pero también aficionados ocasionales: «Es quien te pide una botella de un año concreto para una celebración especial y es una satisfacción decirles que sí, que la tienes o la puedes conseguir, porque tiene un valor muy sentimental para el cliente».
Ahora bien, en este negocio no hay garantía: «Ni para comprar vinos ni para venderlos, pero la gente normalmente lo tiene asumido». A la hora de elegir botellas, lo más importante es el nivel del vino, que no haya rezumado demasiado el corcho y que, aunque no esté en perfectas condiciones, en la etiqueta se distinga la marca y la añada: «En Rioja, por ejemplo, las añadas se regularon a principios de los 80 por lo que la referencia en vinos anteriores la vamos a encontrar en las etiquetas y no en las 'contras' como ahora». «Es como abrir un melón –continúa–, ya que no sabes que te vas a encontrar dentro». Lo mismo sucede para quien vende: «Hay gente que va a internet por una botella o una caja de su padre y te pide un dineral, pero cuando les preguntas dónde estaba conservado no responden o te dicen que en un armario, con lo que la probabilidad de que el vino esté todavía vivo disminuye considerablemente».
Peciña colecciona también algunas rarezas de brandy o de licores antiguos: «En ese caso lo más importante es el sello de Hacienda porque, en función de las pesetas de impuestos que se pagaban por la botella, puedes saber cuándo se embotelló».
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.