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Manipulación genética

Manipulación genética
  • Rubén Jiménez considera que su autorización en el sector del vino, si pasa los filtros éticos, supondría una gran revolución para la viticultura y la enología

  • El enólogo advierte de que el debate sobre los OGM está en la mesa

El tema que hoy nos ocupa, no sólo afecta al mundo de la vitivinicultura, sino que es algo transversal, pero, si no está más presente en este mundo, es por su complejidad técnica, las trabas legales, éticas y sociológicas. Podemos definir los organismos genéticamente modificados (OGM) como un ser vivo al que se le ha modificado su material genético. Para entendernos, se trata de crear plantas o animales con alguna propiedad extrínseca que les dé algún tipo de ventaja respecto a la propia naturaleza.

Como se puede imaginar, el tema crea mucha controversia y está abierto a todo tipo de debates pero, aunque la realidad es que existen ya varias especies vegetales que se comercializan (soja, maíz, algodón y colza) y se cultivan por todo el planeta: EEUU, Argentina, Brasil, Canadá, China. y también en la Unión Europea. De hecho, aún teniendo una superficie relativamente baja, es España está a la cabeza en este ámbito geográfico.

Tanto defensores como detractores esgrimen multitud de argumentos, incluso muchas veces el mismo según el ángulo desde el que se mire. Me refiero a los efectos sobre la salud y los dilemas éticos que plantean este tipo de organismos, puesto que aparte de ser «productos» antinaturales se podrían llegar a utilizar incluso genes humanos.

Más de allá de disquisiciones éticas, el uso de transgénicos puede suponer una disminución en la mano de obra, agua, nutrientes, productos agroquímicos y precios en la industria. También, un aumento en las producciones pudiendo combatir de manera más eficiente el hambre y también pueden servir para la obtención de nuevos sabores, olores, texturas, así como alimentos con nutrientes potenciados, incluso vacunas incorporadas o la aparición de plantas resistentes a plagas y enfermedades.

Por el contrario, pueden ocasionar pérdida de flora y fauna, contaminación genética de otras especies, aparición de nuevos alérgenos, resistencia a antibióticos, aumento de los tóxicos en plantas, semillas, suelos y acuíferos e incluso pueden provocar el aumento de poder de las empresas biotecnológicas

Yendo a lo que nos ocupa, en el mundo del vino, desde un punto de vista técnico, los transgénicos resultan cuanto menos llamativos. En el campo de la viticultura aportarían muchas ventajas y soluciones. Algunas de ellas muy eficaces para combatir el cambio climático, ya que no resulta difícil imaginar viñedos capaces de vivir en tierras desérticas, con necesidades mínimas de agua, o con ciclos de maduración tan cortos que pudieran crecer en climas muy fríos, así como cepas resistentes a todo tipo de enfermedades o capaces de defenderse ante el ataque de parásitos. Y, por qué no, uvas superproductoras de todo tipo de aromas, ácidos, azúcares, taninos o antocianos con un abanico de colores y tonalidades desconocido hasta ahora.

La enología no le iría a la zaga, siendo previsiblemente un importante impulso en el mundo de la microbiología (levaduras y bacterias), aparte de los mil productos que aparecerían para corregir o maquillar cualquier tipo de característica del vino.

Las levaduras por ejemplo, según la cepa, podrían producir vinos con 12 grados de alcohol tanto con mostos de muy baja graduación glucométrica como con otros de una gran concentración en azúcares. Serían capaces también de producir o degradar diferentes ácidos o sustancias edulcorantes, según se necesite, o incluso aportarían cualquier tipo de aroma: frutal, herbáceo o de madera sin necesidad de estar en contacto con ella.

El dilema ético

Pero no todo lo que reluce es oro, y además de achacarle todos los inconvenientes y riesgos que presentan el resto de OGMs, el dilema ético está ahí: los posibles problemas económicos derivados de una superproducción de vino y uva supondría la pérdida de singularidad y tipicidad de los vinos, cobrando más fuerza y relieve la tecnología usada en campo y bodega, en lugar de lo que prima hoy en día y hace realmente especiales a algunos grandes vinos, bodegas y zonas vitícolas, como son las diferentes variedades y portainjertos utilizados, los suelos y climas donde son cultivados, y el buen hacer tanto de viticultores como de enólogos.

Como conclusión, parece que esta batalla ya está perdida, salvo que se demuestren riesgos sanitarios para los seres humanos y se hagan públicos. Me temo que las presiones que se están ejerciendo son tales, que va a ser imposible parar su desarrollo, ante lo cual debemos exigir un etiquetado claro y bien diferenciado. Es decir, una trazabilidad rigurosísima, las máximas precauciones para evitar posibles contaminaciones genéticas, y habrá que dar el reconocimiento y el valor añadido que merecen a los productos y cultivos convencionales que primen el terroir, el producto natural y de temporada.