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Los 'artilugios' del vino

¿Está preparado para disfrutar del vino?

  • El profesor Palacios propone desestimar numerosos aparatos fruto del marketing que complican más la vida que la facilitan

  • El enólogo rebusca en los 'cajones' de los lectores y analiza una serie de artilugios de dudosa eficacia

En la última década el vino está cada vez más de moda en países no productores sin cultura enófila previa, mientras los europeos de países vitícolas tradicionales abandonan el vino o prefieren la cerveza. Con esta expansión global, han aparecido nuevas costumbres y necesidades. Antes, se solía terminar una botella después de abierta; ahora la misma botella puede durar días y se abre sin necesidad de celebración concreta. También el momento del consumo ha cambiado, tomándose vinos en ocasiones fuera de los contextos mas clásicos: tintos en verano, blancos en la nieve, rosados en la terraza, espumosos en el vermut..., lo que ha provocado la aparición en el mercado para el hogar y la restauración de toda una serie de inventos y artilugios hasta de difícil interpretación visual sin el manual de uso correspondiente. En cualquier tienda podemos encontrar objetos destinados a 'facilitar' el consumo del vino que la gente los compra para su casa o para regalar a ese amigo al que tanto le gusta el vino. Así, se meten en el carrito cosas que pensamos mejorarán la experiencia o nos proporcionarán notoriedad en la fiesta de cumpleaños, aunque luego no tenemos ni idea de cómo usarlos.

Puedes encontrarte colecciones completas de herramientas de difícil interpretación, donde resulta imposible distinguir las que tienen un verdadero valor de las que no sirven para nada. El marketing ha encontrado en el mundo del vino un campo experimental en el desarrollo de la imaginación para la creación de necesidades inexistentes. Es fácil ver ciertos artefactos en apariencia sofisticados olvidados en el fondo del cajón y es mejor no preguntar para qué sirven, no vaya a ser que intenten explicarnos su versión particular de uso y disfrute. Destacamos a continuación algunos artilugios, normalmente innecesarios, que nos pueden complicar la vida a la hora de compartir una botella de buen vino.

El termómetro, que no parece muy probable utilizarlo cada vez que abramos una botella para esperar a que el vino alcance su temperatura adecuada. Quizás en esta desquiciante demora, el vino sea sustituido por alguna bebida que no necesite tanta precisión.

El anillo anti-goteo, que puede ser útil en catas, ferias y presentaciones para proteger la etiqueta, pero que, en situaciones más mundanas, resulta excesivo o demasiado finolis.

La cuchilla corta-cápsulas, cuando en realidad no es un problema, sobre todo porque casi todos los sacacorchos ya lo tienen incorporado en forma de navajita.

Los señaladores de copas, que más bien indican que nos hallamos en una fiesta sin cuartel ni recato más qué una mesa de educados comensales. ¿O quizás se trate de un encuentro a ciegas para ligar?: en este caso me callo y ¡disfruten señores!

La bomba de vacío, que se puede prestar a controversia. Si en teoría puede evitar la evolución del vino al eliminar el oxígeno de la botella abierta, su funcionamiento suele ser deficiente a nivel de los milibares de vacío alcanzados.

El oxigenador, confundido en aplicación con el decantador, pero que ni se parecen en forma ni utilidad. El decantador es útil cuando no se utiliza para decantar, sino para airear el vino dejando los posos en la botella y el oxigenador, sin embargo, no sirve para decantar, sino que quizás un cirujano le saque mejor partido.

El indicador de grado alcohólico, que, en realidad, es un timo manifiesto. Pero no hemos terminado todavía. Es posible que aparezca en el mercado alguna batidora especial para practicar el híper-decantado instantáneo y dispositivos que emitan rayos UV para provocar el envejecimiento acelerado, convirtiendo el joven en maduro, y quien sabe, el maduro en joven: ¡ya por pedir!

La cuchara de plata. Lo extraño es que en los estuches con enseres enológicos no incluyan una cuchara de plata para que no se escape el gas del cava, que, aunque suene a broma, no lo es tanto, ya que existe la creencia de que introduciéndola en el orificio de la botella, no se marchará el gas. Ni Uri Geller sacó tanto partido a este aparejo en cuestión. Es cierto que la cuchara metálica, con el frío de la nevera, consigue hacer que el carbónico sea más soluble al enfriar más rápidamente el líquido, pero la física nos dice que no es posible que retenga la presión. Por cierto, y hablando del tema de la oxidación del vino abierto guardado en la nevera, sería bueno recordar que las bajas temperaturas aceleran el proceso de consumo de oxígeno, por lo que se conservan mejor bien cerradas y en lugar fresco que en la nevera, y, si es con vacío real, mucho mejor. En realidad existen sistema de inertización por gases muy optimizados, pero diseñados para bares y restaurantes.

Lo que sí es útil

Los que sí parecen útiles como avíos amigables a la hora de tomar vino es un buen sacacorchos, mejor de dos tiempos que de uno y sencillito para que el diseño no entorpezca la eficiencia. Un escanciador, dispositivo que ayuda a servir el líquido conteniendo las gotas y evitando posibles desastres. Los enfriadores térmicos, ya que, aunque no es necesaria la medición precisa, sí lo es el mantenimiento constante de la temperatura a la hora de consumirlo, además de que ciertos vinos se consumen mejor fríos.

En cualquier caso, si nos ponemos en situaciones de supervivencia, hay quien saca el corcho con un zapato y tengo un amigo que en las fiestas marca su copa con una miga de pan dentro del vino, y tan contento que está, porque el sistema no le falla.