San Vicente. «Güesque, güesque..., bonita» [izquierda]; «soooo...» [alto]; «güesque, güesque...»; «arre, arre... [vamos]». Miguel Ángel Mato enfila a voces con 'Bragada' el giro al final del renque en las escarpadas fincas de las faldas del Toloño (Sierra de Cantabria) de algunos de los bodegueros más prestigiosos de Rioja que contratan sus servicios para la labranza con animales de las viñas.
«Güellaó [derecha], güellaó...». Mato gira a la derecha en la punta norte del renque para volver a encaminar al animal entre las hileras de viñas. De abajo a arriba, y de arriba a abajo, cuatro pasadas por fila, dos para levantar tierra entre viñas y otras dos junto a las cepas. Un trabajo que recae sobre la mula, pero también sobre hombros y brazos del viticultor, que debe introducir el arado profundo para remover la tierra: «Evitamos las malas hierbas y oxigenamos la tierra; queda más suelta que con las máquinas de forma menos agresiva para el suelo», explica Miguel Ángel Mato.
Viticultor desde los 13 años, uno de los mejores tractoristas de la zona y excapataz de viñas de Bodegas Viña Ijalba, Miguel Ángel Mato decidió hace unos meses dejar su empleo y montarse por su cuenta una empresa, 'Trabajos a la Antigua Usanza', para ocuparse de la labranza de viñedos antiguos en la laderas de la Sonsierra, en los que ni los pequeños Pascuali (minitractores) encuentran espacio suficiente. La oferta la completa con paseos en carro tirados por las mulas como oferta enoturística con visitas a viñedos que dejan boquiabiertos a los turistas y aficionados al vino: «Siempre me han gustado los animales, tengo dos caballos, y un día, tras hablar con unos bodegueros de la zona, decidí que había llegado el momento», explica el viticultor. «Si me he equivocado -continúa-, pues no lo sé; de momento soy feliz».
Su jornada comienza a las ocho de la mañana. Come en las viñas con su hijo Miguel, que le turna en las labores, y con 'Bragada' y 'Capitana', las dos mulas, que también se turnan y que el viticultor compró hace medio año. Acaban sobre las siete de la tarde y los cuatro regresan a San Vicente en la pequeña carreta que engancha a las mulas: «Baah!, enseguida aprenden; si sabes como tratar a los animales no te dan más que satisfacciones». Ahora bien, la multa es terca por naturaleza, como bien refleja la sabiduría popular, con lo que no hay descanso: «Los animales no pueden estar en la cuadra; hay que sacarlos y hacerlos trabajar todos los días porque, si no, cuando quieras ponerles el arado puedes esperar sentado».
Sin descanso dominical
La familia Eguren (Viñedos Sierra Cantabria), Amaia Rodríguez (Granja de Remelluri), Benjamín Romeo (Contador)... son algunos de sus clientes. El compromiso artesanal y con la sostenibilidad de los viñedos, sin olvidar la pujante influencia biodinámica e incluso de los vinos naturales en el mercado internacional, lleva a estos bodegueros a rebuscar en las raíces y recuperar prácticas olvidadas.
Con las voces de mando sobre las caballerías, Miguel Ángel Mato recupera vocablos, expresiones, en muchos casos autóctonas de la zona, que algunos de los viticultores que le contratan recuerdan de sus padres o abuelos, pero que a las nuevas generaciones probablemente les suenen a chino: «Mi padre labraba con animales, y mi abuelo; yo lo he hecho con ellos, pero cuando llegaron los tractores..., no había competencia», recuerda.
Lleva tres semanas, sin descanso ni siquiera dominical, labrando alrededor de diez hectáreas: «Yo creo que para finales de esta semana terminamos». Un mes de duro trabajo para Miguel Ángel, su hijo Miguel y para 'Bragada' y 'Capitana'. Después de la labranza, las mulas se engancharán al carro con Miguel de guía y con grupos de turistas detrás para visitar los lagares rupestres y las necrópolis de la Sonsierra que el viticultor conoce como la palma de su mano: un paisaje, histórico, cultural y de viñedos, que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad y que, con voluntades como la de este viticultor, justifican la esencia de un pueblo, San Vicente, que ha vivido, vive y vivirá para el vino.