La ciencia ha multiplicado por tres en los últimos dos siglos la esperanza de vida en España. Sin embargo, todo lo contrario le está sucediendo al viñedo, que, de vivir 200 años en 1850, ha pasado a apenas resistir una treintena. La voz de alarma es ya un clamor entre técnicos de viticultura, bodegueros y profesionales de la enología. El viñedo se muere. Las enfermedades de la madera están provocando la marchitez prematura en las cepas de todo el mundo, lo que, unido a la presión de la rentabilidad del cultivo a corto plazo, han causado esta espectacular curva descendente de la esperanza de vida de la vid.
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Rioja no es ajena a este letal proceso. Julián Palacios, ingeniero agrónomo, pregunta al cronista y al fotógrafo: «¿A dónde vamos?; hacia Rioja Baja, Rioja Alta o Alavesa». «Las enfermedades de la madera están por todos lados, en casi todas las plantaciones». El vehículo para en una finca de Fuenmayor, al lado de la carretera. Julián agarra sus tenazas de poda y, al azar, corta un brazo de una cepa: ahí están los hongos. Por media sección del corte (más oscura e incluso ennegrecida) no circula la savia. La cepa, de unos 30 años de edad, ya no tiene salvación porque la yesca y la eutipiosis (dos de las enfermedades de la madera) han llegado al tronco principal: «El problema es que son hongos, que se transmiten de cepa a cepa y están ahí; cuando podamos abrimos nuevas heridas y los principales son puntos de entrada», explica Julián Palacios.
Las denominaciones históricas, como Rioja, aún viven de las rentas del viñedo antiguo. Sin embargo, las cepas viejas han sido maltratadas por la globalización, por las ansias de rentabilidad a corto plazo e incluso por la presión administrativa de los planes de reestructuración europeos o las concentraciones parcelarias (que financiaron al 50% incomprensibles arranques). En Rioja queda apenas un 14% de viñedo de más de 40 años, que, entre otras cosas, responde mucho mejor a los hongos de la madera, pero llegará un momento en que esos viñedos morirán y no habrá relevo generacional: ¿pagará algún consumidor 40, 50 ó 100 euros por un vino de viñedos de 25 años de edad? Julián Palacios tiene claro que las enfermedades de la madera son el gran reto para la viticultura mundial: «Una denominación de origen de calidad no puede permitirse que sus viñedos vivan 25 años».
«Las enfermedades de la madera no son nuevas», aclara el investigador, viticultor y bodeguero, Juan Carlos Sancha: «Son como el cáncer y deberían afectar a las cepas más viejas, pero desde hace unos años las tenemos, y con mucha mayor incidencia, en el viñedo nuevo».
Sancha considera que son varios los factores que han provocado esta cambio de pauta: «Desde los viveros, que probablemente hayan distribuido material vegetal no resistente, a las propias prácticas de cultivo». En este sentido, el viticultor argumenta que «la caída de la esperanza de vida del viñedo no es sólo por las enfermedades de la madera, sino porque lo exprimimos para que dé producción y rentabilizar la inversión». «Recientemente -continúa-, en Eslovenia se han detectado viñedos de 400 años, es decir, que la viña puede vivir más de lo que pensamos, pero no si la esquilmamos». El tema preocupa. De hecho, el Consejo Regulador ha destinado ya una partida para investigar las enfermedades de la madera: «Es un paso importante», dice Sancha.
Arrancar y replantar una hectárea, incluido el lucro cesante hasta que vuelve a producir el viñedo, puede implicar una inversión de unos 20.000 euros. Normalmente, el descepe por infecciones de la madera no es completo, sino progresivo. Aún así el coste de la planta, más el trabajo de arranque, la nueva plantación y el lucro cesante, supone unos 5 euros por cepa. Así las cosas, sólo con la sustitución (reposición de marras) de un 1% del viñedo riojano se estarían perdiendo 10 millones de euros todos los años.
Investigación pública
David Gramaje es un investigador especializado en las enfermedades de la madera. Trabaja en el Instituto de las Ciencias de la Vid y el Vino (ICVV) y tiene entre manos varios proyectos de investigación, europeos, regionales y nacionales, sobre el tema: «Sí, es la gran preocupación vitivinícola en todo el mundo y ahora estamos viendo además que está sucediendo algo parecido en otros cultivos leñosos, como los almendros».
El proyecto europeo WINetwork, en el que participa el ICCV por España junto con el Instituto Gallego de Calidad Alimentaria (Ingacal) y con investigadores de diez regiones europeas de siete países, intenta dimensionar un fenómeno sobre el que no hay datos concretos: «Inicialmente hemos estimado que en España podrían haber entre el 3% y hasta el 20% del viñedo improductivo; el estudio precisamente pretende hacer un diagnóstico más concreto de situación».
En Francia se detalla la cifra del 13% de viñedo improductivo por enfermedades de madera y otras de marchitez prematura, con pérdidas de ingresos de 1.000 millones de euros, y Gramaje tiene claro que no es que el viñedo francés esté 'peor' que el nuestro: «En Francia se lleva más años investigando y se tienen más datos». El científico insiste en que, hoy por hoy, «no hay cura» para las enfermedades de madera, por lo que insiste en las «medidas preventivas».
En este sentido, considera necesario «repensar lo que estamos haciendo». «Deberíamos -continúa- dejar trabajar la vid y permitir que crezca sin tanto estrés». Gramaje apunta a la poda como principal factor preventivo y, de hecho, el ICVV investiga en la actualidad en otro programa regional sobre la epidemiología de las enfermedades de madera cuál es la temporada menos sensible: «El objetivo es identificar la época óptima de poda, de menor diseminación de los patógenos». Además de al método de cultivo, casi intensivo, Gramaje atribuye al material vegetal de los ochenta y noventa y a la prohibición del arsenito sódico en el 2001 (un producto cancerígeno que no dejaba organismo vivo en el viñedo) la rápida extensión de las enfermedades de madera: «Los viveros ya trabajan en búsqueda de materiales más resistentes y, como no tenemos 'producto milagroso' por ahora, lo único que podemos hacer es prevenir con una buena viticultura».
Investigación privada
Pero no sólo las entidades públicas se están poniendo las pilas. Lauren Rosillo, director técnico de Familia Martínez Bujanda (Finca Valpiedra y Viña Bujanda en Rioja y Finca Antigua, en Mancha), trabaja con un proyecto de investigación, con otras bodegas y la Universidad de Albacete, para minimizar los efectos de las enfermedades de madera. La inversión es de, nada más y nada menos, 1,5 millones de euros: «Intentamos demostrar la eficiencia de una materia activa, totalmente ecológica e inocua, para frenar el avance de la enfermedad y evitar su desarrollo», explica. «La curación total es imposible, ni siquiera el arsenito la curaba».
Rosillo tiene claro que el cambio climático y las enfermedades de la madera son los dos grandes retos de la viticultura mundial, aunque diferencia ambos: «Son dos problemas graves que atacan por distintas vías pero las enfermedades de madera no son tan graves, ya que son fruto del manejo mientras que el cambio climático no depende de nosotros».
El enólogo tampoco ve un paralelismo con la filoxera: «Es consecuencia de nuestro manejo y de la intensificación de la viticultura. Las viñas por sí solas son capaces de controlar las enfermedades si no sufren la intervención humana». «Tengo viñedos propios -continúa- que llevan varios años sin recibir ni un solo tratamiento y no aparece ni oídio ni mildiu ni plagas ni yesca; eso sí, los rendimientos son de poco más de 2.000 kilos por hectárea».
Rosillo insiste en que «el propio viñedo se regula; si le pidiese 7000 kilos, enfermaría y sería atacado por hongos». En este sentido, cree que la viticultura española debería reflexionar: «Somos incapaces de renunciar al aumento de rendimientos, por lo tanto la solución es difícil».