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Pedro Peciña (El Vino Pródigo), José Gil (Olmaza), Miguel Eguíluz (Cupani), Itu Ruiz (Teodoro Ruiz Monge), Alberto Ruiz de Oña (Valdeloyo), Pedro Balda (Majuelo de la Nava) y Eduardo Eguren. Falta Janire Moraza (imagen inferior) Justo Rodriguez
La 'revolución' de los macanes

La 'revolución' de los macanes

Mientras el envejecimiento y los grandes fondos de capital amenazan el futuro de la viticultura tradicional de Rioja, San Vicente emerge con ocho jóvenes, hijos de viticultores, buena formación e ideas propias para elaborar vinos

Alberto Gil

Logroño

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Domingo, 20 de enero 2019

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La figura del histórico cosechero de Rioja quedó herida de muerte en la segunda mitad del siglo pasado. Primero, con la aparición de las cooperativas, luego con el 'boom' vitivinícola de la propia denominación y la llegada de grandes grupos bodegueros y, finalmente, con la puntilla que supusieron la burocracia, el papeleo y las inspecciones sanitarias.

Pero San Vicente es hoy, como ayer y como hace cientos de años, uva y vino. En cada bar, en cada esquina, se habla del tiempo y... de la vid. Los 'macanes' -así se conoce a los habitantes de San Vicente en referencia a la azada que utilizaban en los campos- viven por y para el vino. Mientras en Francia la figura del 'vigneron' ha sido siempre respetada, incluso venerada, en España la del cosechero ha sido denostada -en el país vecino, para una producción similar, hay 31.000 bodegas frente a las poco más de 4.000 de España-. Nuevas generaciones están intentando cambiar las cosas, volver al pasado, especialmente en la viticultura, y dar un paso al frente con nuevas ideas, con una buena preparación académica, con el viñedo como protagonista y con una visión global del mundo.

El fenómeno no es nuevo, pero es muy difícil encontrar ocho jóvenes viticultores que estén cultivando sus viñedos, embotellando y comercializando sus vinos dentro de un mismo municipio. Sucede en San Vicente y, además en un momento clave, en el que el relevo generacional es uno de los grandes problemas que afronta el conjunto de la viticultura española: «Lo tenemos más fácil que las anteriores generaciones; la mayoría tenemos las viñas [no en todos los casos] de nuestros padres y abuelos y, a partir de ahí, nuestro mayor problema es dar a conocer nuestros vinos y comercializarlos», explica Pedro Balda. Balda es doctor por la Universidad de La Rioja, pero aprendió también de la viticultura en países del Nuevo Mundo. Cuando regresó a La Rioja no quiso dejar de trabajar el viñedo: «Le pedí a mi padre media hectárea para cultivar a mi modo y hacer mis propios vinos; no por hacer dinero, sino por satisfacción».

«Nuestros padres tenían que producir para vivir y nos dieron formación, viñedos y bodega: hay mucho que agradecerles»

Miguel Eguíluz (Cupani) y José Gil (Olmaza) siguen trabajando día a día en el viñedo con sus padres y con la familia, pero por las tardes y fines de semana elaboran vinos en sus pequeñas bodegas: «Todo esto funciona por ilusión; estamos ocho en esta mesa y podríamos estar más, pero aquí casi todo el mundo trabaja en el campo y esto supone un 'extra' que se lleva únicamente cuando hay pasión», señala el viticultor José Gil. «Efectivamente, hay mucho de pasión -insiste su compañero Miguel-, creo que todos los que estamos aquí no pensamos en hacernos ricos haciendo vino, pero abrir una botella en un restaurante de tu vino con unos amigos es una gran satisfacción».

Cada uno de los jóvenes viticultores viene de un padre y una madre y, de hecho, algunos de ellos han tenido sus más y sus menos con sus propios progenitores cuando comenzaron a cultivar a su modo: «Hay que ver el contexto; San Vicente, hasta el 'boom' de Rioja, era un pueblo muy pobre, de monocultivo, y nuestros padres tenían que sacar familias adelante y trabajaban para producir cantidad; en nuestro caso, la filosofía es otra, pero, en mi caso al menos, mis padres lo entienden perfectamente», explica Alberto Ruiz de Oña (Bodegas Valdeloyo). «Sí hemos reñido un poco con la anterior generación, pero ellos tenían mucha más responsabilidad... y más hijos», señala entre risas Pedro Peciña.

El caso de Pedro es especial. Su padre es bodeguero pero, tras no entenderse, el joven cogió el petate y se fue a EEUU a trabajar a una bodega. Regresó y se montó por su cuenta «con 10.000 euros y nada más» para volver a recalar de nuevo en su pueblo con un proyecto propio y una pequeña herencia en viñedo de su madre, que murió muy joven. Otro caso singular es el de Eduardo Eguren, hijo de Marcos Eguren, y heredero de un gran grupo familiar, Viñedos Sierra Cantabria, que ha sabido expandirse en Rioja y en Toro: «Lo tenía más fácil; pude formarme por todo el mundo y aprendí muchísimo con mi padre, a quien considero un genio, pero un día dije que tenía que hacerlo solo». Eguren acaba de empezar por su cuenta -«con 'menos diez', porque la viña que tengo es de mi madre y pago renta por ella», ríe-, pero convencido de que, como su padre, puede hacer vinos para el 'top' mundial: «Estoy replanteándomelo todo, los procesos de cultivo y las fechas; mi abuelo lo hacía de una forma, mi padre de otra y yo quiero hacerlo a mi modo». «Querer es poder», sentencia.

La tradición

José Luis Ruiz, Itu, tiene también su propia historia. Hijo de Teodoro Ruiz Monge, uno de los primeros cosecheros de Rioja en embotellar sus propios vinos, está dando una vuelta radical a la tradicional maceración carbónica, que sigue empleando en todas sus elaboraciones, con nuevos vinos parcelarios, varietales y especiales: «Cuesta un poco cambiar de mentalidad porque nuestros padres vivieron otras épocas, otros momentos muchos más difíciles, pero nos dieron formación y en mi caso también los viñedos y una bodega, así que no podemos estar más que agradecidos».

Probablemente, no habrá en el mundo viticultores más profesionales que los de San Vicente, incluso para producir kilos, y es que, de generación en generación, en todo el municipio únicamente se ha cultivado la viña: «Dicen que fue uno de San Vicente a Borgoña a ver los viñedos de la Romanée-Conti y, de repente, el guía pregunto: «¿Dónde está el de San Vicente?»... «Está allí entre los renques, que ha visto una piedra mal puesta por el suelo y la está colocando bien...», bromea José Gil. Pocos, incluso entre los riojanos, saben que el nombre completo de la villa es San Vicente de la Sonsierra de Navarra, que los 'macanes' renegaron del Reino de Castilla y que defendieron desde su histórica fortaleza el Reino de Navarra: «Sí, claro que somos cabezotas...», contesta Eduardo Eguren, «si no no estaríamos aquí».

Janire Moraza es mujer en un mundo que sigue siendo de hombres, y más en el caso de la viticultura. Bodegas Moraza certifica todos sus viñedos en ecológico y la nueva generación -la propia Janire, con su hermano Ismael y su marido Patricio- ha encajado perfectamente con la anterior, Jesús Senén y Víctor: «Elaboramos en los históricos depósitos de hormigón, tradicionales de la comarca, con la idea de hacer vinos finos y elegantes, no pasados de grado ni sobremadurados como entendemos, tanto nuestros padres como nosotros, que siempre ha sido el vino de San Vicente», explica Janire. Sus vinos se venden en algunos de los mejores restaurantes europeos y apenas si tocan la madera: eso sí reposan durante un año en bodega en hormigón para su estabilización y afinamiento antes de salir al mercado.

Esta pequeña 'revolución' macán es difícil de encontrar en otro municipio vitícola de Rioja, aquejada de un grave problema generacional y con otra amenaza que se repite en todo el campo español: fondos de inversión dispuestos a comprar tierras, viñedos y bodegas. Lo que está en juego es un patrimonio cultural e histórico de cientos de años, cada vez más en peligro.

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